CRITICA: ASTRID LINDGREN: EL CAMINO HACIA LA LIBERTAD

El feminismo y la lucha para acabar con los estereotipos no es una moda del siglo XXI, viene de hace mucho. En el siglo XX las mujeres también buscaban emprender su propio camino hacia la libertad, lejos de los roles impuestos, para centrarse únicamente en ellas mismas. Y eso es lo que hicieron Pippi Långstrump y Astrid Lindgren.

Dos trenzas pelirrojas tiesas, una cara con innumerables pecas, un vestido manchado y con agujeros, una media naranja y otra verde, un mono en el hombro y un caballo Knabstrupper (para que me entiendas, blanco con manchas negras). Sí, es Pippi Långstrump, o Pippi Calzaslargas, que se convirtió en un referente, pero también en un reto para una sociedad que no veía con buenos ojos la historia de una niña que desafiaba a los adultos y que hacía lo que quería y cuando quería.

La niña que marcó a toda una generación es una creación de Astrid Lindgren, una escritora sueca que desde su infancia en el pequeño pueblo de Vimmerby, quiso romper con las convenciones sociales y los estereotipos de comienzos del siglo XX. A pesar de que tuvo una infancia feliz rodeada de su familia, su adolescencia se complicó cuando, a los 16 años, comenzó a colaborar en el periódico local como aprendiz, donde comienza Conociendo a Astrid.

Astrid era una joven pelirroja risueña e incomprendida cuya pasión era escribir, desde ensayos hasta cuentos que contaba a sus hermanas pequeñas. Fue en la redacción del periódico local donde conoció a Reinhod Blomberg, mucho mayor que ella y director del periódico, y se enamoró de él. O puede que se exigiera a sí misma enamorarse de él para obtener reconocimiento, como una vía para tener talento, para sentirse valorada a través de un hombre importante. De repente, se tuvo que hacer adulta cuando apenas era una niña y se quedó embarazada de su jefe. Se tuvo que exiliar de manera forzosa para evitar los rumores y el “qué dirán” de los vecinos del pueblo, algo que preocupaba mucho a su familia conservadora y a Blomberg.

Huyó a Estocolmo, donde se buscó la vida sola, y donde decidió no abortar, sino ir hasta Dinamarca a tener el hijo (en un lugar donde no importaba quién fuera el padre) para que el progenitor de la criatura no fuera acusado de adulterio, algo que, por aquel entonces, estaba penado con la cárcel. Astrid no pudo ejercer como madre los primeros años de vida de su hijo porque no podía mantenerle, no tenía estabilidad y no le podía llevar a su pueblo natal, porque si no, los rumores sobre adulterio, se harían realidad. Hasta entonces, lo cuidó otra mujer. Astrid se culpó toda su vida de no haber podido criar a su hijo al principio, y eso la marcó profundamente en su vida personal y en sus obras literarias.

Dos años más tarde, Astrid recuperó a su pequeño y emprendió una vida sola, siendo madre soltera, a pesar de que la presión social y los prejuicios eran enormes. Astrid decidió tomar las riendas de su vida, liberarse de los prejuicios y las imposiciones. Decidió tomar un camino que la llevara a la libertad.

La autora sueca es una referente feminista y luchadora que plantó cara al patriarcado de la época donde tuvo que tomar decisiones para que el padre de su hijo, Blomberg, no fuera culpado de adulterio, mientras que dejó a un lado sus propios intereses e incluso sus sueños. Fue víctima de un sistema en el que las mujeres estaban relegadas a un segundo plano, enseñadas para desempeñar las tareas del hogar, ser secretarias o ayudantes. Pero nada más.

No obstante, en los años 20, coincidiendo con la adolescencia y juventud de Astrid, hubo una revolución. Unos años antes, con motivo de la Primera Guerra Mundial, los hombres se fueron a la guerra y las mujeres tuvieron que tomar las riendas de sus vidas y sacar adelante a las familias y los trabajos que antes eran desempeñados exclusivamente por hombres. Cuando estos volvieron de la guerra, las tornas cambiaron de nuevo. Pero las mujeres protagonizaron una revolución hacia la libertad sexual femenina, liberándose de los roles sociales. Salieron a bailar, al cine, a actividades más allá de estar con el marido o de las reuniones sociales. Dijeron adiós a las largas faldas, a los cuellos tapados y a los corsés que las oprimían -en todos los sentidos-, para dar la bienvenida a faldas más cortas, escotes pronunciados, pantalones y trajes “masculinos”. Dieron la bienvenida a los “felices años 20” con una revolución que era un paso más hacia la libertad, porque ya no querían ser “princesas”.

Al igual que Pippi Långstrump, que no era una niña que jugara a ser princesa. Era una niña rebelde, un canto hacia la libertad y hacia el empoderamiento femenino e individual. Una niña que era el reflejo de la infancia soñada de Astrid, porque ambas eran aventureras, soñadoras y rompían con los convencionalismos.

Pippi era una niña sin referentes paternos, y esto se puede apreciar en otras obras de la autora, como Los hermanos Corazón de León. Es posible que esta ausencia sea un guiño a la propia vida de Astrid, que pasó de una familia estricta y conservadora, a la soledad y descubrimiento de su propio camino con el paso de los años.

Sin embargo, la niña de las medias de colores era feliz, valiente y autosuficiente. No necesitaba a nadie más a parte de su mono y su caballo. Y de sus amigos, los hermanos Tommy y Annika, que representaban los valores de una familia tradicional, pero que se dejaban llevar por las aventuras de Pippi, descubriendo un mundo más liberal.

Astrid y Pippi. Pippi y Astrid. Resulta casi imposible separarlas. Ejemplos de lucha, fortaleza y feminismo, que hacen frente a las adversidades, que pelean por conseguir su propio futuro, cueste lo que cueste, aunque sea solas. “Yo quiero ser como Pippi, que sigue luchando, aunque se sienta sola. Es muy valiente”, decía una de las niñas que mandó una cinta de cassette a Astrid por su cumpleaños y que se refleja en la película Conociendo a Astrid.

Enhorabuena Astrid, porque gracias a las aventuras de Pippi Långstrump has creado una generación atrevida y revolucionaria que busca el camino hacia la libertad.